Abriendo ventanas
La felicidad pasó por delante de mi ventana y quise pillarla, estiré mi mano para detenerla pero iba demasiado rápida y no la alcancé. Llorando me retiré a una habitación interior, oscura, sin casi aire.
Esta habitación tiene una puerta que siempre permanece cerrada, da paso a un patio lóbrego, lleno de humedad. En mi ansiedad me dio por abrirla y pasar a este patio. En él unas cajas abandonadas se acumulaban contra una de sus paredes. De rabia que tenía me fui hacia ellas y empecé a tirarlas por todas partes, una tras otra: una caja, otra, otra más…, hasta que se quedó al descubierto un ventanuco con un cierre hecho de maderas viejas y roídas. En mi estado de ánimo no podía dejar nada en pie, así que de una patada derrumbé todo el artificio. Se vio entonces la calle y agachándome salí como pude.
Fue cuando me di de bruces con la felicidad, que dando vueltas alrededor de mi casa me buscaba.
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